Todos los gatos domésticos, sin importar su apariencia o temperamento, guardan en su ADN el legado del Felis silvestris lybica, el gato montés africano. Según explica el artículo de ABC, este proceso de domesticación se inició en el Creciente Fértil hace alrededor de 10.000 años, cuando los humanos y los ratones convergieron en los graneros agrícolas, atrayendo a los primeros gatos salvajes.
Con el paso de los siglos, los criadores seleccionaron ejemplares por características de pelaje, talla y temperamento, generando razas tan diversas como el Siamés, el Maine Coon o el Bengala. No obstante, la cercanía genética con sus ancestros salvajes sigue presente, lo que explica ciertos instintos de caza y comportamientos territoriales en nuestros gatos de sofá.
Entender este linaje nos ayuda a comprender mejor las necesidades de estimulación, ejercicio y socialización de cada raza. Así, al reconocer su herencia salvaje, podemos ofrecerles ambientes más enriquecedores y saludables, manteniendo el equilibrio entre su instinto natural y la vida en el hogar.