La coalición de Benjamín Netanyahu con la ultraderecha, formada por partidos como Poder Judío e Sionismo Religioso, cumple más de dos años en el poder, doblando la duración de sus dos predecesores y acercándose a la estabilidad del Gobierno de 2015. A pesar de las masivas manifestaciones en Tel Aviv y el creciente aislamiento de Israel por la guerra en Gaza, el Ejecutivo ha sorteado crisis internas y mantiene una mayoría sólida en la Knéset.
Gideon Ariel, miembro del Comité Central del Likud, subraya en entrevista con EFE que “son matemáticas básicas”: ni Itamar Ben Gvir ni Bezalel Smotrich quieren perder los ministerios y presupuestos que controlan, por lo que descartan forzar elecciones anticipadas. Entre ambos suman solo 14 escaños, pero su influencia es determinante para la supervivencia del Ejecutivo.
El analista Ori Goldberg destaca la figura de “Bibi” como factor unificador: aunque los ultranacionalistas no confían en Netanyahu, saben que es un político hábil capaz de adaptarse a cualquier coyuntura. “Todo depende de dos cortas sílabas: Bi-bi”, recuerda Gideon Ariel, refiriéndose al apodo del primer ministro.
La ausencia de una oposición real agrava la situación: los principales partidos disidentes comparten en gran medida las líneas básicas de seguridad nacional, desde las hostilidades con Irán hasta la respuesta a la crisis de Gaza. “Cuando la oposición quiere criticar a Netanyahu, no le acusa de belicista, sino de no ser lo suficientemente fuerte”, apunta Goldberg.
Por último, los partidos ultraortodoxos mantienen la llave para derribar al Gobierno. Con 18 escaños y unidos en bloque, exigen subvenciones a la educación religiosa y exenciones del servicio militar obligatorio, un tema controvertido que podría reabrirse tras una reciente sentencia del Tribunal Supremo. Según ABC, Netanyahu empleará toda su experiencia para retenerlos en la coalición y asegurar el mandato, algo que ningún Ejecutivo israelí ha conseguido desde 1992.